Abuso sexual infantil: El silencio que más duele
En el mes de la lucha mundial contra el abuso sexual infantil, especialistas en la problemática coinciden en que la cantidad de niñas y niños que son sometidos a este tipo de maltrato es mayor de la que suponemos. Reflexiones que no buscan alarmar, sino brindar herramientas de prevención y detección temprana de una realidad que nos compromete a todos.
Es tan intenso el dolor que nos provoca saber que el abuso sexual infantil es más común de lo que creemos que preferimos negarlo, minimizarlo, mirar para otro lado. Todos los que estamos vinculados al mundo de la infancia (padres, familiares, médicos, psicólogos, maestros, trabajadores sociales, abogados, comunicadores) quisiéramos en lo más profundo creer que no existen personas capaces de dañar a su propia progenie, de traicionar la confianza y la inocencia de un niño. Pero no. Esto pasa. Y no querer verlo implica no poder actuar preventivamente o a tiempo para reparar el terrible dolor.
Mitos y verdades
Algunos de los mitos que preferimos seguir creyendo para no ver una realidad que abruma son: que el abuso sexual infantil es más frecuente en los sectores populares con baja instrucción, que lo llevan a cabo seres enfermos ajenos a la familia del chico, que ocurre en zonas peligrosas y esporádicamente, que la población de mayor riesgo es la de edad escolar. Sin embargo, y a pesar de no haber en nuestro país estadísticas al respecto, la experiencia de profesionales comprometidos con los derechos de los niños desde diversas disciplinas y estudios en el exterior indican proporciones que se mantienen: del 100% de los abusos registrados, aproximadamente un 70% se producen dentro de la propia familia (especialmente a manos del padre, pero también la madre, abuelos, tíos, o hermanos mayores) frente a un 30% que sucede fuera de la casa (en el club, escuela, parroquia o la calle y lo realiza un maestro, un cura, un desconocido). Otra de las verdades que prueban los casos que atienden los profesionales de nuestro país es que la problemática atraviesa todas las clases sociales, por lo cual hombres que pueden pertenecer a círculos cultural y económicamente reconocidos y cuyas conductas podrían en apariencia ser consideradas respetables, también cometen abusos. Es más frecuente, a su vez, que los abusadores sean varones y las abusadas sean nenas, aunque se estima que el número de niños que sufren este tipo de maltrato es mayor que el que se reporta debido al peso de la vergüenza impuesta por la cultura machista. “Otro de los temas es que suele creerse que los niños más pequeños no son la población de mayor riesgo ya que el número de casos más registrados corresponde a los prepúberes (7 a 11 años) – señala la Lic. en Psicología Sandra Baita, especialista en el tratamiento del trauma por abuso- pero según mi experiencia hay muchos casos de niños pequeños que no están detectados: por un lado, porque ellos tienen menos herramientas para contar lo que vivieron y, por el otro, porque no hay profesionales capacitados para escucharlos”.
Romper el secreto
A diferencia del maltrato físico -que deja marcas en los cuerpos de los niños y por lo tanto es más fácilmente detectable-, el abuso sexual infantil muchas veces no deja evidencias visibles, ya que suele realizarse a través de caricias, roces, exhibicionismos o pedidos de tocamientos que no implican una violencia corporal brutal y en un clima de aparente cariño. Como generalmente no quedan marcas físicas, una de las principales formas de develar lo que está sucediendo es escuchar lo que el niño pueda contar. Sin embargo, los niños suelen permanecer en silencio debido a las amenazas que reciben de parte del abusador, quien los presiona para que guarden el “secreto” y los hace sentir culpables de lo que pueda llegar a pasar si el mismo se devela (que lo manden a la cárcel, lo echen de la casa, no lo dejen verlo nunca más). Este abuso de la confianza que el niño tiene en el adulto, es un golpe devastador para la integridad psíquica del pequeño, que experimenta una gran contradicción porque siente que algo no está bien y que es el adulto que se supone debe cuidarlo quien lo está perturbando. A pesar de ser un delito penado legalmente, jueces que trabajan en la temática estiman que sólo llegan a denunciarse el 10% de los abusos que se comenten y apenas el 1% tiene condena.
Prevenir hablando
Si bien no existen en nuestro país programas estatales de prevención del abuso sexual infantil -ya que las inversiones en el área de salud se destinan a intentar reparar los daños más que a evitar que éstos ocurran- la incorporación de educación sexual en las escuelas desde el Nivel Inicial puede considerarse un avance en ese sentido. "El chiquito que sufre abuso ha nacido en un hogar donde estas prácticas funcionan y ellos creen que la vida es así, entonces el primer contacto con la sociedad y con una cosa diferente es el Jardín”, señala la Lic. María Beatriz Müller, directora de la asociación civil Salud Activa, y agrega que “si se les enseña cómo es la sexualidad saludable de un niño pequeño, van a surgir las contrastaciones y seguramente se van a detectar casos más tempranamente”. Algunas recomendaciones que los docentes pueden tener en cuenta a la hora de charlar sobre sexualidad en la salita con niños de 3 a 6 años son las planteadas por la Alianza Internacional Save the Children: en primer lugar, trabajar desde un enfoque positivo y amplio de la sexualidad humana, entendida no sólo como una necesidad física sino de intercambio de afecto y amor; conocer las diferencias de los cuerpos, respetar el propio y el de los demás; saber que acariciarse las partes íntimas da placer y es normal pero no está bien que un adulto u otro chico le pida eso a un niño y aprender a decir que no; identificar situaciones de riesgo en las que no me siento cómodo y desarrollar estrategias como salir corriendo, gritar o pedir ayuda a otro adulto de confianza que pueda hacer algo por mí; diferenciar los regalos que me dan sin pedirme nada a cambio de los que me dan para que haga algo (sobornos); diferenciar los buenos y malos secretos; conocer y expresar mis sentimientos. Justamente, uno de los principales aspectos que se trabaja en la prevención no es dar información que al pequeño le pueda generar miedo sino fortalecer sus herramientas de juicio interno para aprender a detectar y confiar en las señales que su propio cuerpo le envía cuando algo no le gusta o no anda bien, aunque una persona adulta le diga que no pasa nada. Si un niño aprende a ser asertivo, es decir, que puede decir lo que siente, lo que necesita y lo que lo incomoda o le parece injusto, estará más protegido porque “el abusador no va a ir a buscar al que tiene temperamento y una personalidad más firme, va a acercarse al que sea emocionalmente más vulnerable”, señala la Lic. Baita.
Detectar observando
Dada la gran asimetría de poder en la que los niños se encuentran frente al mundo adulto, es difícil pensar que las medidas de cuidado –absolutamente necesarias- puedan erradicar por completo los abusos. Por eso, más allá del trabajo de prevención primaria, es fundamental la colaboración que las maestras pueden prestar en la detección temprana de casos, ya que pueden ver cotidianamente a los chicos y notar en ellos cambios o actitudes que les llamen la atención (ver recuadro Las maestras, un papel fundamental). Existen indicadores a tener en cuenta, pero siempre es imprescindible averiguar y preguntar si en la casa está pasando algo porque pueden no deberse específicamente a un abuso sexual sino a una separación, violencia familiar, enfermedad o muerte de algún ser querido, u otras cuestiones que afecten emocionalmente al niño. Debido a que los chicos tienden a permanecer estables, lo fundamental es consultar si se ven cambios radicales en la conducta: niños alegres que se convierten en silenciosos o están en los rincones o pasivos; o comienzan con hiperkinesia, reacciones, llantos, pesadillas; vuelven a hacerse pis o caca encima cuando ya lo habían controlado; tienen conductas sexuales exageradas, como exhibicionismo o masturbación compulsiva sin ningún tipo de cuidado, conocimientos sexuales no apropiados a su edad, nombran partes del cuerpo que antes no nombraban; sienten miedos con algunos adultos. Frente a esto, no es el docente quien tiene que resolver la cuestión ni determinar si las sospechas son ciertas, pero sí tiene la responsabilidad de informar lo que ve.-------------
Recuadro 1
Las maestras, un papel fundamental
Por María Inés Bringiotti, Dra. en Filosofía y Directora del Programa de Investigación en Infancia Maltratada (UBA), miembro de ASAPMI (Asociación Argentina de Prevención del Maltrato Infanto-juvenil).
El rol de las docentes en la detección temprana de casos de abuso es fundamental. Muchas ven lo que sucede, pero no quieren meterse por miedo a lo que pueda hacer el abusador (cuando es el padre o familiar cercano) o porque sienten que sus directoras no las apoyan o no saben a dónde dirigirse. El docente no tiene que demostrar ni probar nada, sólo tiene que informar a sus superiores que ve algo que le preocupa y contarlo (y ahí entra a funcionar la cadena de mandos: la directora, el Equipo de Orientación Escolar, el hospital Elizalde, la Defensoría). Legalmente están amparados, porque actúan “de buena fe”, es decir, que en el caso de que no fuera abuso, no se los castiga. La función del docente en primer lugar es ver, aunque sean sospechas. Porque muchas de las sospechas se confirman.
Recuadro 2
¿Dónde buscar orientación?
- ASAPMI, pueden enviarse consultas por mail y pedir asesoramiento. www.asapmi.org.ar
- Save the Children tiene varias publicaciones, entre ellas Una experiencia de buena práctica en intervención sobre el abuso sexual infantil, donde dan herramientas para prevención y detección en el ámbito educativo. www.savethechildren.org.ar
- Hospital de Niños Pedro de Elizalde. Unidad Violencia Familiar: (011) 4307-5239. www.elizalde.gov.ar
- Asoc. Civil Salud Activa, además de brindar asesoramiento a familias, realizan jornadas de capacitación con profesionales, la próxima: el 13 de noviembre en CABA. www.saludactiva.org.ar
Publicado en revista La Valijita-Billiken (Ed. Atlántida), noviembre 2010.