Separación, ¿cómo les decimos a los chicos?

 

Aunque no podamos evitar el dolor que la decisión causará en nuestros hijos, es posible acompañarlos con ciertos cuidados para atenuar el impacto emocional y los cambios que vendrán. Propuestas para darles contención cuando nosotros también la necesitamos.

 

Hay parejas que llegan a la decisión de separarse de mutuo acuerdo y en un clima de cierta armonía. Otras, cuando sienten que la convivencia ya no es remontable, atraviesan la separación con mayores grados de tensión y conflicto. Pero para todas es un momento de mucha pena porque un compromiso que habían asumido con amor, alegría y deseo, ya no será. Y más allá de cómo cada pareja transite la etapa –incluso sobreponiéndose a la angustia personal- es necesario conocer qué podemos hacer para acompañar a nuestros hijos, en su propio proceso de desilusión. Cómo acercarse a hablar del tema, qué cosas explicar y cuáles no, qué reacciones pueden tener y cómo contener sus emociones son algunos de los temas que conversamos con una psicóloga especializada y una madre que lo vivió.

 

Termina la pareja, no la familia

Cuando se dice que los niños pequeños tienen pensamiento concreto significa que su capacidad de comprensión de lo que sucede está dada por las cosas que los afectan de cerca, lo que pueden experimentar. “Por eso es tan importante hablarles de forma clara sobre las cosas nuevas que sucederán -por ejemplo que papá ya no vivirá más ahí sino en otra casa- pero que lo va a poder seguir viendo, y enfatizar que los dos van a seguir siendo sus padres, que ninguno va a desaparecer”, señala María Elena Adúriz, psicóloga especializada en Niños y Familia usando el método norteamericano EMDR. “Lo que se termina es la pareja no la familia que armaron, que a partir de ahora tendrá una nueva forma que los adultos irán definiendo en acuerdos que tengan en cuenta las necesidades de los hijos”, agrega. Sobre todo si le aclaran que es un final que ya está decidido y no es por unos días, el niño siente que se le desmorona una realidad que él pensaba sería siempre igual. Por eso mismo es fundamental que los adultos  sean claros, lo que no significa ser explícitos sobre sus asuntos de pareja que no tienen por qué ser compartidos ampliamente con los chicos. Pero tampoco es vamos a ver o vamos a intentar o se va a ir de viaje porque no es una explicación realista y confunde. “Ser claros es decirles que no van a vivir más juntos, que papá se va a ir, que va a tener una nueva casa, y que el niño o niña va a tener una nueva pieza y cama que van a comprar para esa casa”, ejemplifica Adúriz, a la vez que destaca la importancia de la presencia de ambos padres en la charla. Cuando hace dos años Ana Cantarella (38, profesora de danzas) y su pareja decidieron separarse la pequeña Mora tenía 3: “Al principio fue sólo información para ella, que nos miraba. Le dijimos que nos seguíamos queriendo –porque era verdad- pero que ya no nos amábamos igual que antes y que como a veces discutíamos iba a ser mejor así. Fue comprendiendo de a poco, a medida que las cosas pasaban, que veía que llevábamos una camita a la casa de su papá. Y estuvo contenida todo ese tiempo… Los que estábamos más tristes éramos nosotros. Sus preguntas vinieron después”.  

 

Las reacciones

Cada niño reacciona emocionalmente de manera distinta frente la noticia, dependiendo –entre otras cosas- de su edad y de la calidad de relación que tuvieron sus padres. Por lo general, si hubo muchos gritos, peleas, amenazas, ese niño estará un poco más preparado para entender por qué esas dos personas ya no pueden vivir juntas. Si los papás fueron silenciosamente conflictivos, la situación puede ser más difícil de admitir de entrada. Las respuestas suelen ser de dos tipos: niños que escuchan y no reaccionan (quedan en estado de shock o de negación y perplejidad y no pueden asumirlo porque es algo que necesita tiempo y va a parecer que no recibieron ningún tipo de información); y otros que están más preparados, y no pasan por la negación sino por la expresión del sentimiento que esto les causa, que es dolor. Así, algunos pueden llorar, o pedir si no es posible arreglar las cosas –sobre todo cuando son un poco más grandes, entre los 4 y los 6 años- para seguir como antes.

“En el caso de los niños más pequeños es preciso remarcarles que la decisión no tiene que ver con algo que ellos hayan hecho o dicho (como portarse mal o hacerlos enojar) sino que es una cuestión de adultos”, explica la Lic. Adúriz y agrega que “al estar también en la etapa de pensamiento mágico ellos creen que queriendo algo o pensándolo pueden hacer que suceda”. Y la misma creencia funciona para intentar unirlos: a veces tiene problemas, de modo inconsciente, con el objetivo de que los padres se preocupen y a raíz de esa preocupación se unan. Piensan que así van a ayudar a la causa. En este caso, la edad determina un modo de operar muy distinto a un niño de 9 años, que va a tener sentimientos de tristeza pero al mismo tiempo es mucho más realista.

“Morita no se enfermó, ni tuvo otro tipo de reacciones –cuenta Ana- pero hace poco, una tarde que nos despedimos de su papá, me preguntó ¿le diste un beso en la boca? mostrando sus ganas de que volviéramos juntos. Le expliqué que nos habíamos saludado en el cachete y de vez en cuando me vuelve a preguntar ¿y por qué no pueden estar juntos? Ahí le recuerdo que antes discutíamos, que entonces es mejor así. Ella parece recordar y luego sigue en lo que estaba”.

 

La consulta psicológica

Según María Elena Adúriz no siempre es necesaria la atención psicológica del pequeño pero muchas veces a los padres los tranquiliza una consulta de orientación sobre la mejor manera de afrontar la situación y ver después los cambios en los chicos, si aparece sintomatología. En este sentido, señala que el proceso normal es que el niño tenga momentos de tristeza, de aislamiento, que cuando está con sus amigos que tienen a sus papás juntos eso le duela porque no los puede tener como los tenía antes. “Pero ojo que separación no es muerte- agrega-, los adultos pueden acordar para seguir yendo a las fiestas del jardín o estar presentes en algunas situaciones compartidas. Lo que después por ahí va a tener que enfrentar es que ciertas fiestas familiares como Fin de Año, Navidad, o los cumpleaños quizás los festeje dos veces”. Y si bien se dice que los chicos de hoy aceptan más naturalmente la separación de sus padres porque la realidad social cambió y hay más chicos con dos casas, eso no sucede necesariamente así con los niños pequeños, que aún no participan tanto de la vida social sino que los afecta lo que viven en su círculo más cercano.

 

No hay planes perfectos

El primer año es de aprendizajes para todos: acomodar horarios, hacer de la nueva casa un hogar, decidir los cumpleaños, las fiestas y vacaciones, y hacer ciertas renuncias que luego se vuelven más naturales. “No hay un programa perfecto, el mejor es el que los padres pueden ir midiendo, el que les permite adquirir soltura y donde el niño también se sienta cómodo- remarca la licenciada- porque llegar a una casa nueva, desconocida, donde hay pocos muebles y dormir la primera noche también es un desafío para el niño. Pero está en el padre y en él ir haciendo aproximaciones y conociendo esa casa hasta que la sientan más propia”. La experiencia es dolorosa pero no irreparable, que de esa experiencia todos podrán aprender algo y los adultos irán acomodándose también de a poco a su nuevo rol de padres a distancia. Pero que esa distancia no será con el niño, para quien seguirán estando disponibles en amor, tiempo, cuidados y diálogos. “Más allá de las dificultades, fuimos aprendiendo que lo importante era hacer acuerdos poniendo el foco en el bienestar de ella–concluye Ana- y Mora, que cada tanto nos vuelve a preguntar por qué no estamos juntos, a veces se acuerda de una frase que leíamos o le decíamos y la repite sola: es mejor así”. 

 

Acompañarlos con palabras y acciones

Ciertas actitudes nuestras permiten al niño sentirse amparado:

-      reconocer y aceptar como naturales los sentimientos que expresa.

-      no decirles que se va a pasar enseguida.

-      no minimizar ni negar la situación, si no acompañarlo en su dolor.

-      entender que los niños pueden tener la expectativa de que los padres vuelvan a estar juntos.

-      no utilizarlos como carteros ni como objetos de reclamo.

-      llegar a acuerdos en momentos en que el niño no esté presente.

-      modificar el resto de los horarios del niño lo menos posible ya que las rutinas lo ordenan frente a las cosas nuevas que deberá afrontar.

-      mantener el contacto con su familia extensa (abuelos, tíos, primos) para que no sienta que la pérdida es aún mayor.

-      es importante el llamado telefónico hecho por el padre que vive en la casa nueva (aunque los niños les respondan con monosílabos); esa muestra de interés tranquiliza al niño y le señala que su padre no desaparece, que piensa en él. 

 

Acunarlos con cuentos

Existe una serie de materiales didácticos que muestran, con mayor o menor realismo, historias de separaciones. Son libros que pueden servir de apoyo para que el chico siga intentando aceptar lo que está viviendo y ponerles palabras o identificar los sentimientos que experimenta.

-      El divorcio de mamá y papá oso, de Cornelia Spelman (Ed. Norma)

-      Decidieron separarse (Ed. El gato de hojalata)

-      Estoy triste, Tengo rabia y Me siento solo (Ed. Albatros)

También hay obras literarias –con uso de la metáfora, el humor y la belleza plástica- que abordan diferentes aspectos de la cuestión:

-      Papá puertas afuera, de Natalia Montero (Ed. Ocholibros)

-      ¡Soy un dragón!, de Philippe Goossens (Ed. Edelvives)

-      Mamá, ¿por qué nadie es como nosotros?, Luis Pescetti (Ed. Altea)

-      Tic Tac, de Jorge Luján e Isol (Ed. Comunicarte)

 

Publicado en revista La Valijita/Billiken, octubre 2012.