Vacaciones desenchufadas

 

Una nota con 10 propuestas para compartir juegos con los chicos sin prender la tele.

 

Es, para muchos, la estación más esperada del año, la que trae las ansiadas vacaciones, el quiebre con la rutina, la ropa ligera, los días más largos, la posibilidad de conocer nuevos lugares, gente y tonadas.

Ya sea que nos quedemos en casa, armemos la pelopincho, viajemos al exterior, a la playa o las sierras, el verano nos da la posibilidad de encontrarnos más tiempo con nuestros hijos del que solemos tener durante el año.

Y, si bien es bueno que los niños no siempre tengan una ocupación, que tengan un rato para aburrirse y generar ellos mismos sus propios juegos nuevos, también conviene tener algunas alternativas abiertas para ofrecerles.

En esta nota, te sugerimos  10 ideas que podés tomar como inspiración para inventar juegos con tus hijos, para recrearte con ellos, para que compartan tiempo de una calidad diferente y se desenchufen juntos.

1.       Rememorar los juegos de la propia infancia aporta montones de experiencias que sabemos pueden resultar divertidas, si a nosotros mismos nos gustaron. Aprender a saltar a la soga, jugar al poliladron o guardián de la vereda, cualquier variante de la mancha, las escondidas, el huevo podrido o pato ñato, y todo aquello que requiera poco material y mucha participación. Además, los chicos disfrutarán mucho sabiendo que con eso se entretenían sus padres de pequeños.

2.       Observar animales, insectos y plantas es algo que suele apasionarlos. Se puede organizar una salida especial a grandes parques como Temaikén y Mundo Marino (en Bs. As.) buscando juntos previamente en internet o libros, algunos de los animales que van a ver luego en el lugar. Otra opción más económica –pero no por ello menos excitante- es avistar pájaros con binoculares y hacer microzafari de insectos: acostados en el suelo y con lupa, descubrir el recorrido y las casitas de los bichos. Un bello documental que puede estimular esta aventura es “Microcosmos, el universo oculto”.   

3.       Mirar juntos el cielo encontrando formas en las nubes invita a imaginar y relajarse a la vez.  Por las noches, contemplar las estrellas abre las puertas del conocimiento científico y filosófico. Podemos preguntarles qué creen que son las estrellas, si piensan que hay vida en otros planetas y compartir las historias de las mitologías griega y latinoamericana sobre las constelaciones. Una web interesante donde obtener información astronómica de divulgación es www.alucine.org

4.       Para tener poderes de súper héroes y escuchar, oler y ver más allá de las paredes, podemos entrenar nuestros sentidos. Para eso, un juego es escuchar los ruidos que nos rodean (ya sean los pájaros, el viento, el río o el mar, si estamos en la naturaleza, o los autos y el murmullo de gente hablando, en la ciudad) y jugar a quién distingue mayor cantidad de sonidos. Es más fácil concentrarse cerrando los ojos. También con ojos cerrados se puede jugar a adivinar aromas, dándoles a los chicos a oler un perfume, una especia o fruta para que descubran qué es. Para agudizar la vista, el tradicional “veo-veo”.

5.       Regalarse un árbol es una dinámica que suele realizarse en campamentos para que los chicos vivencien un contacto directo con la naturaleza. Puede hacerse en una plaza con árboles o en un pequeño bosquecito. Es un juego de percepción sensorial (como los del punto anterior) donde guiamos al niño con los ojos vendados hasta un árbol, para que lo toque, sienta los pliegues de la corteza, lo abrace y, una vez que haya encontrado algún detalle para poder reconocerlo cuando le quitemos la venda, volvemos con él al lugar de salida. Sólo hay que estar atentos para guiarlos en el camino sin que se tropiecen y que no se pinchen al tocar, que lo hagan con suavidad. Así, tendrán un árbol al que podrán considerar “suyo”.   

6.       Pintar y construir mandalas es una tarea creativa que relaja y pueden disfrutar tanto chicos como grandes. Las variantes son muchas: existen libros para colorear pero también pueden bajarse mandalas con diseños simples de numerosas páginas web, y decorarse con lápices, crayones, marcadores o tizas mojadas en agua. Un paseo en el que juntamos caracoles, ramitas, piedritas y semillas puede continuar con el diseño de un mandala en un cartón (recortado del tamaño de un plato) utilizando los elementos recogidos.

7.       Disfrazarse con ropas viejas y maquillarse. Un día en que estemos haciendo lugar en el placard y sacando cosas que ya no usamos, podemos armarles un baúl con ropa destinada a disfraces, eligiendo lo más vistoso y algunos accesorios que puedan resultar divertidos como pulseras, collares, gorros, guantes y un mantel que pueda hacer de capa de un súper héroe. Si bien en las casas de cotillón venden los atuendos “originales”, los objetos que no están demasiado definidos estéticamente (como puede ser una tela lisa) permiten a los chicos darles múltiples usos y desarrollar más su capacidad creativa. Comprando un maquillaje de teatro se puede jugar a pintarse la cara uno al otro o dejarlos a ellos que se pinten solos mirándose al espejo para convertirse en payasos, monstruos, princesas o un ser multicolor.

8.       Construir títeres y muñecos de trapo una tarde de lluvia no implica que seamos grandes artesanos ni necesitemos muchos materiales: un par de medias, pedacitos de telas de colores (pueden ser de ropas viejas), lanitas, botones, hilos, agujas o pegamento son suficientes para inventar personajes de historias conocidas o totalmente nuevas, y representarlas con los chicos.

9.       Ver nuestro lugar con ojos de turista es hacer un viaje sin movernos de donde estamos. Es ampliar el punto de vista y ver lo mismo, con otros ojos. Si vivimos en una gran ciudad, podemos hacer con los chicos las excursiones a los lugares típicos (que siempre tendrán nuevos datos curiosos para aportarnos y están más transitables en verano) o visitar barrios, cerros o ríos cercanos que nunca conocimos. En muchas ciudades, es interesante mostrarles a los chicos las cúpulas de los edificios antiguos con las estatuas y gárgolas que suelen sostener sus columnas.  

10.   Contarles cuentos de la vida real o inventados ya que los niños adoran escuchar que sus padres hacían travesuras cuando eran pequeños. Encontrar esos momentos afianza los vínculos de amor y ternura y permite compartir aspectos de la propia vida de manera lúdica y metafórica. Leerles historias que a nosotros nos gusten y ayudarlos a que ellos mismos escriban sus propios libros: en unas hojas abrochadas con cartulina pueden ir haciendo dibujos o pegando imágenes de revistas de los relatos que inventan , mientras nosotros hacemos algunas anotaciones en el papel, de lo que ellos cuentan oralmente.

 

 

¿Nada que hacer?

Por Roxana Clarat *

 

En las vacaciones se produce un tiempo de mora, de espera en la educación preescolar, pero no en el aprendizaje, ya que éste no se realiza sólo en el jardín. Aparece el tiempo del ocio, el que generalmente se asocia con la pasividad, la desocupación y la inutilidad. Sin embargo, es un tiempo en el que la mente tiene una actividad dinámica y unificadora, con un rol potencialmente vital en el desarrollo de los chicos. En esos  momentos, los niños reúnen, seleccionan, interpretan y reformulan diversos elementos de su experiencia formando nuevos significados.

Es un período en el cual se realizan actividades menos formales y estructuradas, lo que facilita experiencias de aprendizaje más relajadas, sin la presión de la mirada adulta y su evaluación. El no tener un sinfín de propuestas pautadas permite al niño (y al adulto también) ubicarse en un rol activo y generador,  poniendo en juego su creatividad. El tiempo disponible posibilita dar rienda suelta a la imaginación, con la que circula algo de lo lúdico, del deseo y su empuje, fuente y fundamento para sostener futuros enlaces mentales permitiendo un funcionamiento libre y flexible. La mente se potencia como un laboratorio de experiencias, que va dando como resultado la organización de lo aprendido, el descubrimiento y asimilación de nuevas significaciones.

En este tiempo todo está  por hacer y por descubrirse. Nosotros, como adultos,  podríamos resignificar y controlar esa ansiedad que nos produce ver a nuestros hijos supuestamente “inactivos”.

*Lic. en Psicología, UBA. Especialista en niños y adolescentes. Profesora universitaria y orientadora escolar.